Javier Aznar (periodista)
¿Cuál era su libro favorito de niño?El Detective Warton, de la editorial El Barco de Vapor. Es la historia de un sapo detective que intenta recuperar el reloj de su abuelo, robado por un malvado cuervo. Siempre me ha extrañado que no hicieran una miniserie de HBO con estos mimbres.
¿Recuerda algún libro ilustrado con especial cariño?
Tenía uno ilustrado sobre mitología griega que me encantaba. Me fascinaba poder leer sobre sangrientas historias de batallas, matanzas, monstruos, venganzas y dioses iracundos, y que nadie pudiera decirme nada al respecto porque era considerado “cultura clásica”. También tenía especial cariño a dos libros de Agatha Christie en formato cómic: Muerte en el Nilo y Asesinato en el Orient Express. Y me volvía loco una colección de libros amarillos sobre dos chicos detectives, Resuelve el misterio, en los que tenías que cerrar un caso a partir de un dibujo. Recuerdo que la solución se leía frente a un espejo.
¿Quién le recomendaba libros cuando era pequeño?
Tuve la suerte de tener amigos muy lectores. Siempre nos estábamos prestando libros y cómics entre nosotros (Manuel, si estás leyendo esto, devuélveme Mortadelo y Filemón en Alemania. Último aviso). También me solía meter en la habitación de mi primo mayor, Íñigo, que me sacaba diez años, y era como atravesar una puerta a otro universo. Tenía máscaras africanas, caracolas, discos, una barra para hacer dominadas y, por supuesto, un montón de libros. Ahí fue donde conocí mucha literatura de misterio, mi gran debilidad, y todos los Elige tu propia aventura.
¿Leía a escondidas?
Casi nunca.
¿Se compraba sus libros, iba a la biblioteca, tenía libros en casa…?
Mi padre tenía una cuenta en la librería “Estudio”, a lado de mi casa en Santander, y yo podía apuntar ahí mis libros. Me encantaba pasearme por esa librería. Husmear entre libros. Podía pasarme horas ahí hasta escoger uno. La verdad es que solo pisé la biblioteca de mi colegio dos veces. Y fue para coger dos libros que, por cierto, nunca devolví. Como mi madre era profesora, me creía con algún tipo de inmunidad diplomática. Lo peor es que jamás he tenido el más mínimo cargo de conciencia al respecto. Espero que nunca me manden un detective de biblioteca como en Seinfeld.
¿Tiene alguna anécdota de cuando era pequeño relacionada con los libros?
Hubo una fase de mi vida, con diez años o así, en la que me empeñaba en leer libros que no eran para mí. Supongo que por un afán de sentirme mayor. Y como tampoco tenía el criterio muy desarrollado, lo mismo me compraba La Tapadera, que algún tecno-thriller de Michael Crichton, que el guión de Independence Day (sí, el guión). Todo esto a mi padre no le hacía demasiada gracia y me reñía por no leer libros acordes a mi edad. Una vez, de vacaciones en La Granja de San Ildefonso, me compré un libro llamado Las leyes de Santa Fe, una historia llena de crímenes, tacos, sexo y abogados. Fíjate qué poco me enteraría de las cosas que la portada era el primer plano del cañón humeante de una escopeta y yo pensaba que eran unos prismáticos. En cuanto lo terminé, se lo di a mi primo Gabriel para que me lo escondiera en su cuarto, como si fuera una Playboy. Y en casa de mis tíos sigue.
¿Qué tres libros para niños recomendaría?
Todo Asterix y Obelix. Cualquier cosa de Roald Dahl. Y, a partir de los 12 años, toda la saga de Flanagan, detective adolescente creado con muchísima inteligencia por Andreu Martín y Jaume Rivera. También hay algunos cuentos de Edgar Allan Poe, como El Escarabajo de Oro, que son bastante disfrutables para un niño. Y los libros de los hermanos Casariego.
La verdad es que siempre tuve muchísima manía a todos esos libros tipo Los Hollister, Los Cinco, PAKTO Secreto, et al. Me parecían historias de pandillas de niños repelentes y perfectitos, con aventuras aburridas en medio de la campiña inglesa, y siempre acompañados por algún perro con nombre ridículo que les salvaba de más apuros que Rex, el perro policía. Me molestaban porque me resultaban artificiales y notaba una moralina detrás que me chirriaba bastante.
Algunas ediciones nuevas de libros antiguos retocan los textos para que resulten políticamente correctos. Es el caso de Los cinco, de Enid Blyton. ¿Qué le parece?
Creo que solemos subestimar la inteligencia de los niños. En Estados Unidos se ha vivido un debate interesante en torno a la idea de suprimir la palabra nigger de Huckelberry Finn. Ta-Nahesi Coates, autor negro de moda tras su premiadísimo Between the world and me, escribía esto tan sensato y demoledor al respecto:
¿Cree que está bien planteado el tema de la lectura en el colegio?
Desconozco cómo está enfocado este asunto en los colegios de hoy en día. Iba a escribir que los niños de ahora tienen muchas distracciones pero de golpe he envejecido 30 años, me ha salido un bigotito fino y han aparecido unos Werther's Original en el bolsillo de mi chaqueta.
¿Cómo enfoca el tema de la lectura con sus hijos?
La verdad es que es un tema que me planteo a menudo porque me encanta agobiarme con problemas inexistentes. A veces me quedo despierto por las noches dando vueltas a cómo educar a esos hijos que no tengo. Siempre pienso que me van acabar saliendo conflictivos, drogadictos o del Barça. Lo cierto es que me encantaría que les gustaran los libros tanto como a mí. Pero al mismo tiempo me angustia convertirme en ese padre pesado que consigue justo el efecto contrario. ¿Lo ves? Ya me estoy agobiando. Necesito soplar en una bolsa de papel.
Sobre Javier Aznar
Javier Aznar nació en Santander. Escribe habitualmente para GQ, ELLE, Líbero, Jot Down y Cambio16. En mayo de 2017 publicó ¿Dónde vamos a bailar esta noche? en Círculo de tiza.