Jacinto Antón (escritor)
¿Cuál era su libro favorito de niño?
En realidad muchos, yo era un lector compulsivo. Pero me gustaban especialmente las historias con animales. Muchos años después he podido cumplir muchos sueños del pequeño naturalista de entonces en el Serengueti, en Botsuana o en los Himalayas. Había una colección que me encantaba y que publicaba en los años 60/70 la editorial Molino sobre la vida de animales de diferentes especies. El autor era Cecil Bernard Rutley. Cada título era la historia de un animal. Los leí y releí todos, y los atesoraba. Aún conservo algunos. El de Timur, el tigre era de mis favoritos. Pero también estaban Thunda, el búfalo, Inkosi, el león o Ray, el zorro. Por mi comunión me regalaron un libro sobre los cosmonautas rusos (Gagarin, Titov, Valentina Tereskova) que era uno de mis tesoros.
¿Recuerda algún libro ilustrado con especial cariño?
Esa colección de C. Bernard Rutley contaba con maravillosos dibujos a tinta. Muy realistas. La lámina de los búfalos protegiéndose en un círculo de cuernos del ataque feroz de los leones fue uno de mis primeros encuentros con el dramatismo de la vida salvaje, junto con la vez en que mi hámster se comió a las crías. Pero muchos otros libros ilustrados me encantaban, en uno aparecían los principales dinosaurios, tiranosaurio, triceratops, diplodocus, sumergidos en pantanos prehistóricos, con volcanes de fondo; en otro un terrible incendio en la sabana con todos los animales huyendo despavoridos; en otro más el asedio del París medieval por los vikingos... Todas esas imágenes siguen en mi cabeza, aunque no puedo acordarme de los títulos de los libros y las editoriales.
¿Quién le recomendaba libros cuando era pequeño?
Generalmente mi padre. Pero mi madre, que era buena lectora de novelas, también. Muy pronto empecé a elegir yo mismo, y a pedir lo que me interesaba.
¿Leía a escondidas?
¡Siempre! En clase, en el patio, mientras esperaba a que me vinieran a buscar. Incluso trataba de leer a la hora de las comidas. En la cama montaba un dispositivo con las sábanas y una linterna, como una tienda de campaña, lo que daba más realismo a las historias de, por ejemplo, Sandokán. Una vez hasta me castigaron por leer en misa.
¿Se compraba sus libros, iba a la biblioteca, tenía libros en casa…?
En casa había muchísimos libros. La biblioteca de mi padre –que había incorporado parte de la de mi abuelo–, la de mi madre y las de mis hermanos. Yo las saqueaba todas mientras formaba la mía. Muy pronto empecé a ir a las librerías de al lado de casa (en Barcelona), Áncora & Delfín, donde teníamos una tarjeta de clientes que nos permitía comprar lo que quisiéramos, siempre y cuando no nos pasáramos mucho, y la Librería Francesa del chaflán de la calle de Muntaner, en cuyo sótano, donde se encontraban los libros de viajes y aventuras, pasaba, eligiendo, momentos felicísimos.
¿Tiene alguna anécdota de cuando era pequeño relacionada con los libros?
¡Muchas! Una vez, por Navidad, mi madre me envió a comprar libros para regalar a mis primos. Elegí los que más me interesaban a mí. Mientras los envolvíamos yo casi lloraba porque me encantaban y eran para otros. Luego resultó que mi madre los puso todos para mí bajo el árbol.
¿Qué tres libros para niños recomendaría?
¡Qué difícil! Depende de las edades. Las aventuras de Tom Sawyer, La isla del tesoro, El libro de la selva, son tres buenas opciones. Yo creo mucho en los clásicos. Hay muy buenas versiones incluso para los más pequeños. Familiarizarte con Moby Dick, la Odisea o el ciclo artúrico desde niño es muy bueno. También están Robin Hood, Sherlock Holmes, Beau Geste, Ivanhoe, Miguel Strogoff, Tarzán... Y todos los cuentos de hadas tradicionales. Y los tebeos. No niego que hay libros contemporáneos muy buenos para niños, historias de enorme sensibilidad y mucha emoción. Pero también cosas de muy poca calidad, historias melifluas y bobaliconas.
Algunas ediciones nuevas de libros antiguos retocan los textos para que resulten políticamente correctos. Es el caso de Los cinco, de Enid Blyton. ¿Qué le parece?
Una solemne tontería, como que el lobo no se coma a la abuelita. Los niños pueden asumirlo todo, incluso más que nosotros, los adultos. Recuerdo una vez que con mi hermano nos colamos en el velatorio de un tío abuelo nuestro para ver si al pinchar a un muerto le salía sangre. Que me toquen los libros de Enid Blyton –yo era un fan de la serie Aventura y también leía las de Torres de Malory y las mellizas en Santa Clara de mis hermanas–, me parece una afrenta personal. Y mira que me costaba imaginar qué diablos eran esas cosas tan raras que comían.
¿Cree que está bien planteado el tema de la lectura en el colegio?
Compadezco a los maestros en este mundo digital. Es muy difícil incitar a leer por afición cuando los niños disponen de tantas y tan fabulosas alternativas de ocio. La lectura es una pasión solitaria, requiere de un tiempo y un aislamiento que hoy en día simplemente son imposibles. No sé cómo se puede incitar a los niños a leer, probablemente poniéndolos en contacto con buenos lectores que consigan trasmitirles su pasión.
¿Cómo enfoca el tema de la lectura con sus hijos?
Ha sido una lucha hercúlea, con avances y retrocesos, pero ahora que ya son adultas (dos chicas, de 23 y 26) veo los resultados y son buenos. He ido sembrando, recomendando pero procurando no atosigar. Dejando libros aquí y allá como al descuido, para que los descubrieran ellas mismas. Es muy difícil aceptar que los demás tienen derecho a sus propios gustos. En última instancia lo mejor es el ejemplo. Han visto lo feliz que soy leyendo y ese es el mejor estímulo.