Tsevan Rabtan (abogado)
¿Cuál era su libro favorito de niño?
Es una pregunta difícil de contestar. Cuando yo era pequeño, en mi casa no había libros. Mis padres no tenían estudios. A mi padre le gustaba mucho leer el periódico y hacer crucigramas, pero ninguno de mis padres leía libros, así que los primeros que entraron en casa fueron los libros escolares. Normalmente, a los pocos días del comienzo de cada curso escolar, ya había leído mis manuales y los de mis hermanos mayores. Recuerdo que el mayor de mis hermanos, no para aprovecharse, sino por hacerme un favor, me dejaba hacerle trabajos de literatura. Así que mi madre, cuando yo tenía siete u ocho años, a la vista del percal, decidió hacerse socia del Círculo de Lectores. Y compró unas enciclopedias infantiles que se titulaban “Dime qué es”, “Dime cuéntame”, “Dime cómo funciona”... A veces charlando con mis hijas, les digo, por ejemplo, que Tamerlán era cojo y añado un “¿Sabéis cómo lo sé?”. Es una broma privada. Lo saben perfectamente de lo pesado que he sido durante años. Siempre se trata de algo que vi, por vez primera, en esas enciclopedias. Las leí tantas veces que me las aprendí de memoria. Así que, si tuviera que decir cuál era mi libro favorito de niño, diría que una enciclopedia infantil.
¿Recuerda algún libro ilustrado con especial cariño?
Me gustaba mucho una edición de Miguel Strogoff en la que, cada par de páginas, se intercalaba la historia en forma de cómic. Ese libro lo tiene ahora, bastante destrozado, mi hija mayor.
¿Quién le recomendaba libros cuando era pequeño?
Nadie. Yo leía literalmente todo lo que caía en mis manos. Cuando tenía nueve años, mi padre compró una casa de vacaciones. El anterior propietario se dejó allí unas decenas de libros, la mayoría auténtica bazofia, y un montón de ejemplares antiguos de Reader’s Digest. Recuerdo, por ejemplo, una especie de colección de espantosos relatos románticos organizado sobre la base de los pecados capitales. Yo creo que mis padres nunca se plantearon que algún libro pudiera ser inadecuado. Me veían, callado, leyéndolos una y otra vez y les parecía bien. Como los familiares y amigos de mis padres sabían lo mucho que me gustaba leer, a veces traían algún libro, y bastaba que estuviera encuadernado y tuviera páginas para convertirse en un libro recomendable.
¿Leía a escondidas?
No es que leyera a escondidas: leía a todas horas. En la mesa, de viaje, de noche, fuera de casa. Siempre llevaba un libro. No sé cómo, pero conseguí un artilugio que consistía en un casquillo con una bombilla, que incorporaba una especie de caperuza de metal, que se calentaba muchísimo. Lo usaba para leer de noche, cuando todos dormían. Mis padres lo sabían perfectamente y disimulaban. Sacaba buenas notas y les daba igual si me tiraba las noches leyendo (siempre que encendiese la luz cuando se suponía que ya no se enteraban). Recuerdo que, una vez, uno de mis hermanos, que había hecho una pandilla en el pueblo, me dijo que fuera con él, que iban a hacer una fiesta o algo así. Cuando me vio salir de casa con un libro en la mano, me dijo: “¿Dónde vas?”. No se me había ocurrido que pudiera salir sin mi libro. De hecho, aún me pasa. Casi siempre llevo un libro encima y leo por la calle.
¿Se compraba sus libros, iba a la biblioteca, tenía libros en casa…?
No tenía dinero para comprar libros. Mi regalo de cumpleaños era un libro. Cuando era más niño, de “Los tres investigadores”. Iba con mi madre a una librería, llamada El Danubio azul, y me dejaba escoger. Luego, digamos que se corrió la voz y, como he explicado antes, empecé a recibir libros de cualquiera que pasase por casa. Lentamente fuimos haciendo una biblioteca entre todos los hermanos. También recuerdo que, a partir de los once años, cuando íbamos a Sanfermines mi padre nos daba dinero al principio de la semana y yo lo gastaba todo en los puestos de la calle. Así me hice con muchos libros que aún conservo, la mayoría de historia. Empecé a usar la biblioteca del colegio más tarde (mis primeros colegios no tenían una biblioteca que mereciese ese nombre).
¿Tiene alguna anécdota de cuando era pequeño relacionada con los libros?
No sé si vale que una vez me choqué con una farola por ir leyendo por la calle. Supongo que podría contar muchas. Toda mi infancia se relaciona con los libros. No había nada que me gustase más.
¿Qué tres libros para niños recomendaría?
No lo sé. Dejé muy pronto de leer libros para niños. Casi no los recuerdo. Y tampoco he leído muchos con mis hijas, una vez que empezaron a escoger los que les gustaban. A veces, cuando leo las respuestas de otras personas a este cuestionario, tengo la sensación de que esa manera absurda y caótica de hacerme con lecturas me introdujo demasiado pronto en el mundo de los adultos y me perdí una etapa que muchos lectores recuerdan con afecto. Con trece/catorce años mis libros preferidos eran La historia de Roma de Montanelli y Cien años de soledad, de García Márquez. Un sindiós, vamos. Y no muy recomendables para niños. Si tuviera que escoger alguno más apropiado diría Las aventuras de Tom Sawyer de Twain, Miguel Strogoff de Verne y cualquiera de Geronimo Stilton (estos porque le encantaban a mi hija pequeña).
Algunas ediciones nuevas de libros antiguos retocan los textos para que resulten políticamente correctos. Es el caso de Los cinco, de Enid Blyton. ¿Qué le parece?
A bote pronto me parece fatal, pero son libros para niños. Y a los niños les falta contexto cuando leen. Supongo que, tal y como se escribieron, pueden transmitir prejuicios trasnochados y no tengo claro si, por esa razón, no es tan mala idea adaptarlos. Por otra parte, también son obras de una cierta época y hay derecho a que sigan siendo lo que son. Lo malo de esto es que obligas a los niños a adquirir una especie de aparato hermenéutico y eso estropea la lectura. En fin, que no lo sé.
¿Cree que está bien planteado el tema de la lectura en el colegio?
Voy a hablar de mi experiencia. Mi mujer y yo enseñamos a nuestras hijas a leer en cuanto vimos que era posible. La mayor leía con dos años y la pequeña con tres. En ambos casos, la reacción en el colegio fue mala. En particular en el caso de la mayor. Cuando entró en educación infantil leía perfecta y habitualmente y, claro, se aburría bastante en clase. Así que nos echaron la bronca, acusándonos incluso de dañar a la niña. Desde ese momento decidí no hacer ni caso. He obrado como si mi mano izquierda no supiese lo que hace la derecha. Como mis hijas lo entendieron rápidamente, tenían claro que lo del colegio era una cosa y lo de casa otra. Lo del colegio, lo académico, iba por una vía, casi reglamentaria, y había que pasar por ello. En casa discutíamos como adultos y tenían toda mi biblioteca a su disposición, si querían. Además, esto se terminó reforzando, porque las veces que me implicaba especialmente en alguno de sus trabajos escolares terminaban sacando una nota peor. Todo lo más me he limitado, cuando en el colegio les daban a escoger obras de literatura o de pensamiento entre varias opciones, a darles mi opinión.
¿Cómo enfoca el tema de la lectura con sus hijos?
Al principio me empeñé en conseguir que se hicieran adictas. Pero pronto descubrí que la planificación no funcionaba. Es bueno que los niños tengan libros a su disposición, como es bueno que vayan a conciertos, a museos, o que vean películas de todo tipo de épocas. Porque creas un poso, una cierta predisposición y una familiaridad con los productos culturales. Pero sin obsesionarse, sin convertirlo en una obligación. Ahora que tengo perspectiva he visto cómo han pasado por diferentes épocas. Mi hija mayor no era demasiado aficionada a leer, pero compruebo, desde hace algún tiempo, que eso va cambiando. A la pequeña, sin embargo, le encantaba. Leía constantemente y le gustaba mucho escribir cuentos. Pero ya no escribe, y lee mucho menos. Lo importante con los niños, creo, es que tengan la experiencia de la lectura. Y que luego escojan. Eso sí, salvo en el caso de los lectores natos, los demás necesitan algún empujón. Que los hijos vean a sus padres leer y leer con ellos cuando son pequeños ayuda.
Tsevan Rabtan nació en internet, en las webs de juegos de ajedrez online, y se hizo adulto, sin pretenderlo, en el viejo nickjournal de Arcadi Espada, tierra madre de tantos blogs y escenario de gigantescas batallas virtuales. Esconde a un abogado español, de vecindad civil común, madrileño de nacimiento, y aficionado al deporte extremo de la polémica de sobremesa. La usurpación del nombre del autócrata de los mongoles dzúngaros no le salió gratis: se le pegó a la piel y se ha convertido en una segunda identidad a la que ya no puede renunciar sin el castigo del Eterno Cielo Azul