Cristian Campos (periodista)
¿Cuál era su libro favorito de niño?
La colección de Los tres investigadores de Alfred Hitchcock de la editorial Molino. Me aterrorizaba la portada de Misterio del espejo embrujado, me intrigaba la de Misterio de la casa que se encogía… ¿Cómo diablos podía encogerse una casa? ¡Había que estar loco para no querer leer ese libro y desentrañar el misterio! Entrabas en su atmósfera ya desde la misma portada. Además, su diseño es más respetuoso con el lector y está infinitamente más trabajado que el del 90% de los libros juveniles contemporáneos. La tipografía de Misterio de la araña de plata, por ejemplo, es una preciosidad.
¿Recuerda algún libro ilustrado con especial cariño?
Sí. Y tengo una teoría absurda sobre él así que muy probablemente sea cierta. Era un cuento de apenas ocho o diez páginas, de esos de papel de mala calidad, troquelados con formas raras y que se vendían en los quioscos por muy poco dinero. No recuerdo ni su nombre ni mucho menos su autor o su ilustrador; lo que sí recuerdo es que transcurría en el futuro, en una ciudad con rascacielos de color morado. Me fascinaba mirar una y otra vez esa ciudad abigarrada, con edificios imposibles y un cielo ominoso y claustrofóbico. Años después vi Blade Runner en el cine y pensé “Es esto: yo quiero vivir aquí”. Mi teoría es que ese cuento despertó mi interés posterior por la ciencia ficción y por los mundos futuristas de ilustradores como Syd Mead, por los paisajes urbanos y por las megalópolis tipo Tokyo, Bangkok y Los Angeles. Aún hoy, ver una simple fotografía nocturna de una ciudad iluminada por las luces de los rascacielos y los anuncios de neón de los restaurantes asiáticos me relaja más que cualquier paisaje natural. También recuerdo haber llorado de risa, literalmente, con algunos cómics de Mortadelo y Filemón, pero ahí yo ya era un poco mayor.
¿Quién le recomendaba libros cuando era pequeño?
No lo recuerdo. En mi familia siempre se ha leído mucho y las estanterías rebosaban (literalmente) libros de todo tipo, básicamente novelas por parte de mi madre y libros de historia y de economía por parte de mi padre, pero no recuerdo recomendaciones directas. Supongo que simplemente me los compraban. Lo cierto es que yo era un lector facilón porque me leía todo lo que caía en mis manos, así que no creo que tuvieran que insistir demasiado en el tema o guiarme en una u otra dirección. Cuentan mis padres que yo no quería comer de pequeño si no tenía algo para leer en la mesa. Y cuando se hartaban de mi lentitud y me quitaban el tebeo o lo que fuera que yo estuviera leyendo, me dedicaba a leer la etiqueta de la botella de agua o los ingredientes de la caja de cereales.
¿Leía a escondidas?
En medio de clase no, siempre le he tenido respeto a la autoridad. Como mucho en el recreo. Y en casa… no recuerdo que mis padres me dijeran nunca aquello de “suelta el libro y ponte a dormir”, aunque supongo que ocurrió, claro. Pero no me ponía a leer con linterna bajo las sábanas ni nada por el estilo. Eso solo pasa en las películas americanas, ¿no? Lo que sí hacía era leer cabeza abajo. Me estiraba en la cama, con la cabeza colgando y el libro en el suelo, y leía así durante horas. De hecho, también estudiaba así. Incluso cuando ya no tenía edad para rarezas de ese estilo. Estudié todo derecho y todo periodismo con este mismo sistema: cabeza abajo y con el Código Penal y el Libro de estilo de El País en el suelo. Mis padres me veían leer durante horas en esa posición y me abroncaban: “Te va a bajar toda la sangre a la cabeza y te vas a quedar gilipollas”. Supongo que tenían razón, pero ahora ya es tarde para remediarlo.
¿Se compraba sus libros, iba a la biblioteca, tenía libros en casa…?
Jamás he tenido la costumbre de ir a bibliotecas. Yo los libros me los compraba, así que, ¿para qué buscarlos en la biblioteca? Son los privilegios de la clase media (y de tener unos padres bohemios a los que no les importaba gastarse el dinero en libros o en discos). Ni siquiera las he pisado por obligación, de hecho. Yo siempre digo, y no es una fantasmada, que la única vez que pisé la biblioteca de periodismo mientras estudiaba la carrera fue cuando me puse a perseguir a una rubia muy pija que me gustaba. Acabé ligándomela, así que le tengo cierto cariño a las bibliotecas aunque solo sea por la satisfacción colateral que me proporcionó esa en concreto. Esa biblioteca, no esa rubia. Bueno, la rubia también, pero en este caso me refería a la biblioteca. Yo ya me entiendo.
¿Tiene alguna anécdota de cuando era pequeño relacionada con los libros?
Descubrí cómo funcionaba el sexo con un libro ilustrado sobre el tema, una de esas guías para padres que no saben cómo explicarle el asunto a sus hijos. Yo no había mostrado todavía el más mínimo interés por el sexo, por lo que supongo que debía ser muy pequeño. Quizá seis o siete años. Si la cosa me hubiera intrigado y se lo hubiera preguntado a mis padres, ellos me lo habrían explicado sin problemas porque, como ya digo, eran unos modernos. Estaba en casa de una amiga llamada Betina. Era su fiesta de cumpleaños, yo estaba aburrido y no me apetecía jugar con los demás niños, así que me puse a leer el primer libro con dibujos que vi en la estantería. Y resultó que ahí se explicaba el tejemaneje. Creo recordar que no me impresionó demasiado. Supongo que lo vi como algo puramente mecánico. Como cepillarse los dientes o algo así. La gracia se la descubrí más tarde, claro. Debí de ser el primer niño de mi clase que averiguó cómo funcionaba el tema.
¿Qué tres libros para niños recomendaría?
La historia interminable, Las aventuras de Tom Sawyer y alguno de Julio Verne, quizás Viaje al centro de la tierra. A Maurice Sendak y Roald Dahl he llegado de adulto, por desgracia, pero deberían añadirse a la lista.
Algunas ediciones nuevas de libros antiguos retocan los textos para que resulten políticamente correctos. Es el caso de Los cinco, de Enid Blyton. ¿Qué le parece?
Me parece lo que es: una gilipollez. Si bastara Tintín en el Congo para convertir a un niño en racista también debería bastar con Tintín en el Tibet para convertir a un niño en budista y es evidente que eso no ocurre. Estamos hablando de ficción infantil, por favor. Otra cosa sería un manual de 1820 que explicara cómo disciplinar a los esclavos de tu plantación de algodón. O una novela como Lolita, que entiendo que no es para niños de ocho años. Como tampoco lo es Retorno a Brideshead, por otro lado.
¿Cree que está bien planteado el tema de la lectura en el colegio?
No sé cómo está planteado ahora. Sí sé que mi afición por la lectura no surge del colegio. Más bien de mi propio carácter y de lo que yo veía en mi casa. Pero es mi caso particular, dudo que sea una ley de la física aplicable a toda la humanidad. Tampoco recuerdo con especial cariño ninguno de los libros que me obligaron a leer en el colegio. Es más: les cogí manía. Yo ya leía por mi cuenta y mucho más que el resto de mis compañeros de clase. ¿Por qué narices tenía que leer lo mismo que les obligaban a leer a ellos? Creo, además, que el colegio tiene poco que hacer frente a la genética en este terreno. Si acaso, incentivar o desincentivar unas tendencias previas, pero de ningún modo crearlas desde cero. El niño que no quiere leer y cuyos padres no han leído nunca no va a leer en su vida por más que le obligues. Yo soy muy partidario de dejar atrás a aquellos niños que han demostrado reiteradamente que no tienen interés en aprender. La palabra clave es “reiteradamente”: tampoco soy tan cafre. A fin de cuentas, hoy en día gana más dinero un youtuber que un ingeniero y no digamos que un periodista, así que ¿cuál es el problema? La educación, en el siglo XXI, es innecesaria para la supervivencia. Se puede vivir, y muy bien por cierto, sin ella. No digamos ya sin la lectura.
¿Cómo enfoca el tema de la lectura con sus hijos?
No tengo hijos y no sé cómo lo enfocaría. Supongo que intentaría en la medida de lo posible que aprendieran a apreciar las cosas bellas, entre ellas los libros, y a relativizar la importancia de las no tan bellas. Supongo también que intentaría educarlos en algo así como una “austeridad creativa”. En esto creo que sería un poco cabrón: si hay que torturarlos psicológicamente con pequeñas dosis de aburrimiento para que se decidan a coger un libro, pues se les aburre hasta que esos pequeños cabrones se rindan y metan la cabeza en el puto libro.
Cristian Campos nació en Barcelona a muy temprana edad. Es periodista y le dejan escribir en El Español y Muy Interesante. También hace libros de cosas bonitas. No debería tener acceso a internet, aún menos a Whatsapp y de Twitter ni hablamos. Pero lo tiene. Y de esos polvos, estos lodos.