Javier Alvira (invitado)
¿Cuál era su libro favorito de niño?
De niño, creo que mis libros favoritos eran todos los relacionados con animales y naturaleza: guías, cuadernos de campo y enciclopedias de fauna que devoraba al volver del cole. Estaba especialmente orgulloso de una Guía del naturalista de Gerald Durrell que mis hijos han heredado con manchas de Nocilla de los años ochenta. El libro abría con una foto del autor a los diez años y con una lechuza en su brazo que me tenía impresionado. Al margen de ellos, y además de Asterix, Mortadelos y demás maravillas de Bruguera, recuerdo especialmente El maravilloso viaje de Nils Holgersson, que leímos en voz alta en clase durante meses, La historia interminable, que me hizo ver que podía leer trescientas páginas sin esfuerzo, y uno de un chaval que viajaba en el tiempo al puerto de Barcelona en 1714, que cogí de la estantería de mi hermano y que nunca he sabido de quién era ni cómo se titulaba, y quizá por eso lo recuerdo como algo especial.
¿Recuerda algún libro ilustrado con especial cariño?
Eran más historietas que otra cosa, pero tengo especial cariño a las Joyas Literarias Juveniles, que hicieron que Julio Verne, Emilio Salgari, Karl May o Walter Scott fueran nombres tan familiares para nosotros como Ibáñez, Escobar o Uderzo. Con lo intensos que somos ahora, si viéramos a nuestros hijos intercambiar con sus amigos historias de Stevenson, Dickens o Defoe, creo que seríamos insoportables, pero la gracia de aquel momento es que lo hacíamos con toda naturalidad.
Como libro ilustrado más digno de ese nombre, recuerdo Los Gnomos de Huygens, con esas ilustraciones de Rien Poortvliet tan realistas que hacían imposible pensar que no las hubiera copiado del natural.
¿Quién le recomendaba libros cuando era pequeño?
Supongo que en casa, pero más que recomendar, los ponían a mí alcance en mi habitación, en las de mis hermanos o en una librería camino del baño, el mejor sitio sin duda para poner libros en una casa con niños. La verdad es que salvo casos contados de hermanos y amigos no recuerdo recomendaciones expresas, salvo las de un familiar, profesor con varios libros de pedagogía a sus espaldas, que con su mejor intención me regalaba unos libros que me parecían un tostón.
¿Leía a escondidas?
Leía en casi todas partes y casi todo lo que caía en mis manos, incluyendo el bote de champú o entradas aleatorias de la enciclopedia Espasa, pero no recuerdo leer a escondidas más allá de seguir cuando todos estaban dormidos. Lo que sí me hace gracia es ver cómo las prohibiciones que antes afectaban a los libros, del tipo "no se lee en la mesa", ahora las aplicamos a las pantallas y suspiramos porque ojalá fueran libros. Me cuesta mucho más de lo que le costaba a mis padres decir "anda, deja el libro y apaga la luz".
¿Se compraba sus libros, iba a la biblioteca, tenía libros en casa…?
Afortunadamente tenía libros en casa, tanto por afición paterna como por tener varios hermanos mayores, así que tenía donde elegir. Por suerte, además, la biblioteca de mi colegio era grande y estaba bien surtida. Allí descubrí al pequeño Nicolás, a Lucky Luke, a un duende llamado Pumuki que me encantaba y a unos cuantos más. Siempre en día de lluvia, que era cuando la frecuentábamos, y siempre sin otra recomendación salvo tenerlos a la vista. Antes que empezase a comprar, los primeros libros que recuerdo "elegir" eran los Asterix a los que tenía derecho cuando me ponía malo –un té y un Asterix nuevo era la receta comodín de mi madre–. Allí en la cama con mi té y decidiendo el próximo título en el menhir de Obelix me sentía el rey del mambo.
¿Tiene alguna anécdota de cuando era pequeño relacionada con los libros?
Pues recuerdo que mi lugar favorito para leer era el único sitio donde el hermano pequeño de una familia numerosa estaba a salvo, es decir, la única habitación con pestillo: vamos, el baño. A partir de ahí han salido bastantes historias. Alguna vez confundieron mis carcajadas con los Superhumor de Bruguera con gritos de auxilio y alguna que otra vez, según me han contado, mi indecisión ante la librería de paso resultó ser fatal.
¿Qué tres libros para niños recomendaría?
Cualquiera que tuviera algo de fantasía, sobre todo cuando son más pequeños y se los lees tú. Uno de mis hijos dice que las leyendas son aquello que nadie puede decir qué es verdad y nadie qué no es verdad. Todo lo que esté en esa zona gris les atrapa enseguida y les abre mil puertas, y por eso cualquier buena edición de cuentos clásicos y populares me parece una excelente opción. La colección de Siruela de cuentos chinos, alemanes, británicos, de la India y de otros países es una maravilla. Entre ellos están los Cuentos Populares Españoles en edición de J.M. Guelbenzu o los Cuentos Españoles de Antaño de Felipe Alfau, uno de mis favoritos. Además es curioso ver –y que ellos vean– cómo muchos cuentos tiene raíces comunes y se repiten con pequeñas variantes en España, Alemania o la India, y los niños los detectan enseguida aunque cambie un lobo por un tigre.
Para cuando son un poco más mayores, cualquiera de Astrid Lindgren: Miguel el Travieso, Los Hermanos Corazón de León, Los niños de Bullerbyn o Pippi Calzaslargasson una gozada y les encantan.
Y en tercer lugar, alguno que les saque un poco de tanto libro correcto y educacional, como por ejemplo ¡Abajo el colejio! de Geoffrey Willans, un libro con mucha mala baba que además tiene unas ilustraciones divertidísimas. Cualquier niño disfrutará viendo faltas de ortografía, profesores con cepos de hierro y demás barbaridades.
Y hablando de libro ilustrado añadiría la colección de clásicos ilustrados por Robert Ingpen en Blume: El Mago de Ozo Las Aventuras de Tom Sawyer son una delicia.
Algunas ediciones nuevas de libros antiguos retocan los textos para que resulten políticamente correctos. Es el caso de Los cinco, de Enid Blyton. ¿Qué le parece?
Pues me parece una bobada y no creo que nadie reconozca que le parece bien, pero lo cierto es que mucho de lo que mostramos a nuestros hijos está dulcificado como poco, desde Walt Disney a las ediciones de los cuentos de Grimm o Andersen. Es todo muy ridículo, pero antes nos escandalizaba el sexo y ahora el sexismo. Yo mismo me he saltado párrafos o líneas al leer en voz alta a mis hijos, pero una cosa es la opción personal de los padres –el párrafo que hoy me salto lo puedo leer más adelante, cuando pueda acompañarlo de una explicación que el niño entienda, o ya lo leerá por sí solo– y otra meter la tijera a un autor. Si nos ponemos muy correctos no salvamos a casi nadie, mucho menos a los clásicos, y veo por ahí bastantes libros que de puro bienintencionados son muy cursis. Creo que retocar Los Cinco es un caso extremo de memez, pero también es verdad que algunos padres o incluso colegios pueden rechazar libros por esto o aquello, o guiarse por determinadas calificaciones, y le hacen un roto a la editorial. Supongo que por ahí van los tiros.
¿Cree que está bien planteado el tema de la lectura en el colegio?
En el caso de mis hijos, por lo que veo funcionan bien las bibliotecas de aula, donde todos llevan sus libros favoritos y están obligados a leer los de los demás. Si a eso se añaden las recomendaciones de los profesores, el resultado está bastante bien. No es un sistema perfecto y echo en falta algunas cosas, pero lo veo razonablemente bien. Antes de tener hijos creía que la cosa estaba mucho peor.
Más que el enfoque del colegio, me preocupa la fascinación que tienen los niños por las pantallas, que arrasa con todo, y la obsesión que tenemos todos por la sociabilidad, que nos hace ver rara la imagen de un niño solo con un libro. Creo que en esas dos cosas tenemos que pensar un poco más.
¿Cómo enfoca el tema de la lectura con sus hijos?
Lo asumimos como una parte fundamental de su educación. No sólo por lo que supone tener una buena comprensión lectora sino, y sobre todo, por todos los mundos que les puede descubrir. Lo cierto es que lo tomamos como una obligación más, así que entra en el reparto junto a otras tareas importantes y esta me ha tocado a mí. Sin mucho esfuerzo, porque lo disfruto tanto o más que ellos, les he leído desde muy pequeños, casi todas las noches, hasta convertirlo en un ritual muy esperado. El mayor quería aprender a leer “para leerse todos los libros del mundo”, así que nos sorprendió que el mediano, expuesto a exactamente lo mismo, dijera que odiaba leer y que no quería saber nada de los libros. La buena noticia es que seguía queriendo escuchar historias todas las noches, así que seguí contándole cuentos sin insistir en la lectura, hasta que un buen día dio con un libro que le interesó y dijo “¿Sabes qué? Ya me gusta leer”. No sé qué pasará con la pequeña, pero por lo visto hasta ahora, nuestra receta será leerla todas las noches y no insistir en que lea, sino que vea que de los libros salen muchas cosas fantásticas. Eso, y dejarle un cajón repleto de libros junto a su cama para que pique.
Sobre Javier Alvira
Javier Alvira ha dejado unos comentarios entretenidísimos en las entradas de Astrid Lindgren y se ha ganado el solito un lugar entre los entrevistados de Nido de ratones. Es de Madrid, tiene tres hijos y no ve el momento de llegar a casa y contarles un cuento.
*La foto de la cabecera es de los dos niños mayores de Javier en La Central de Callao y da muy buen rollo.