Juan Claudio de Ramón (diplomático)
¿Cuál era su libro favorito de niño? No hay duda posible. Asesinato en el Orient Express, de Agatha Christie. Es mucho lo que debo a Christie. Sus novelas fueron el opio de mi infancia. No sólo me aficionaron para siempre a la lectura. Me gusta pensar también que me encaminaron al estudio de la filosofía. Como decía Umberto Eco, la novela policiaca y la filosofía se ocupan al cabo del mismo asunto: descubrir al culpable.
¿Recuerda algún libro ilustrado con especial cariño?
Nada en concreto, de modo que tomo en préstamo un recuerdo de mi mujer: Sol Solet. Una maravillosa edición, puramente onírica, conmemorativa de un espectáculo de Els Comediants. El libro es una especie de objeto de culto entre catalanes que fueron niños en los años ochenta. Mi mujer pensaba haberlo perdido y dio saltos de alegría cuando apareció en una vieja caja.
¿Quién le recomendaba libros cuando era pequeño?
El “toma y lee” de San Agustín es el gran momento de la amistad y un acto civilizatorio capital. En mi caso, fue mi madre quien me puso en las manos las novelitas de Enid Blyton. Mi padre lo hizo con las de Salgari, pero tuvo menos éxito.
¿Leía a escondidas?
En casa no. En clase, sí. Pero sobre todo en la universidad, si la clase era aburrida.
¿Se compraba sus libros, iba a la biblioteca, tenía libros en casa…?
Fui muy afortunado. Mis padres son lectores insaciables. Siempre los veía leyendo. En mi casa las paredes estaban forradas de libros. Recuerdo que uno de los momentos de íntima felicidad durante mi infancia y adolescencia era pasearme por la biblioteca familiar, inspeccionado los anaqueles, en busca de estímulos. El arte de hojear libros es secundario respecto del de leerlos, pero también rinde su placer y beneficio.
¿Tiene alguna anécdota de cuando era pequeño relacionada con los libros?
Recuerdo el chasco de descubrir que ir siempre con un libro por la vida no era cosa que necesariamente fuera a impresionar a las chicas.
¿Qué tres libros para niños recomendaría?
Mi hija mayor tiene todavía tres años. Supongo que a su momento me gustaría darle a probar algunas de las cosas que leí yo. El mundo cambia, pero no creo que Agatha Christie o Tintín hayan envejecido. Un chaval todavía puede leerlos con agrado. Lo último que leí de literatura juvenil siendo ya adulto fue la saga de Harry Potter, que me gustó mucho. Pero ella tendrá sus referentes que yo desconozca. Luego hay libros que no recomendaría, como El Principito, libro ponzoñoso que induce a la melancolía.
Algunas ediciones nuevas de libros antiguos retocan los textos para que resulten políticamente correctos. Es el caso de Los cinco, de Enid Blyton. ¿Qué le parece?
No tengo un criterio fijo y creo que debemos sopesar caso a caso. Por ejemplo, es obvio que muchos cuentos clásicos están impregnados de valores que hoy repelen. El otro día me hija me pidió leer La Bella Durmiente, y, mientras lo hacía, sentí grima ante la idea de un príncipe que salva a las mujeres con un beso. ¿Qué hacemos? ¿Abandonamos el repertorio tradicional? Me parecería mejor que enmendar los textos, porque corremos el riesgo de que sea la moda ideológica y no el buen sentido el que dicte la enmienda. Pero la opción buena es la de ampliar el repertorio: que los niños vean a hombres y mujeres de todo tipo y condición en roles diversos. Hay dibujos animados que lo hacen, como la Doctora Juguetes, que ha recibido premios por mostrar a una protagonista negra que por primera vez no es ni artista ni deportista, sino médico.
Luego están los casos que afectan a elementos centrales del canon, en los que soy muy reacio al cambio. Sospecho que Mark Twain, un autor antirracista, difícilmente toleraría que la palabra “nigger” fuera expurgada de sus novelas. Pero es que son novelas de iniciación, y parte de esa iniciación consiste en conocer la parte amarga de la existencia. Eso no lo vas a lograr si acolchas cada lugar áspero del canon para que nadie se haga daño. Porque tenemos que hacernos daño. Los niños se merecen recibir el canon auténtico, y no uno penitente y enervado; por ese camino terminamos arrojando al purgatorio a Homero, porque su mundo y sus héroes son muy violentos. Pero para contextualizar la lectura ya están las ediciones anotadas y los maestros.
¿Cree que está bien planteado el tema de la lectura en el colegio?
A la vista de los índices de lectura de los españoles, es obvio que está mal planteado. Mi amigo Daniel Capó dice que podría haber clases dedicadas enteramente a leer en voz alta novelas, lo que me parece una idea excelente. En todo caso, hay un trabajo de estímulo que nos toca a los padres en casa.
¿Cómo enfoca el tema de la lectura con sus hijos?
Leer cada noche con mi hija es una dulce rutina. Ambos lo disfrutamos y lo exigimos. Además, me ha permitido descubrir el maravilloso mundo del libro infantil ilustrado, donde se hacen cosas de una belleza notable.
Supongo que el problema con ella y con su hermano será pronto el mismo que con nosotros, los adultos: cómo lograr que la socialización en Internet no cancele el tiempo y la aptitud para la lectura, que es una disciplina solitaria. Y que incluye, por cierto, un componente de tedio en el que también hay que adiestrarse. No es cierto que cualquier rato de lectura equivalga a un rato de placer: hay páginas en las que no pasa nada, pero es importante seguir leyéndolas, porque la mente sigue ejercitándose. Al cabo, esas páginas son, como decía Borges de algunas páginas de Proust, reflejo de la vida, donde también hay días en los que no pasa nada y hemos de seguir cumpliendo con nuestros deberes.
Sobre Juan Claudio de Ramón
Juan Claudio de Ramón es diplomático español, licenciado en derecho y filosofía. Escribe habitualmente columnas de opinión en medios comoEl País, Jotdown, Letras Libres o The Objective. Es padre de dos y actualmente vive en Roma.
*La foto de la cabecera es de Gaia@ranocchieprincipese.com.