Rafa Latorre (periodista)
¿Cuál era su libro favorito de niño? Es una pregunta difícil porque uno es niño durante varios años y los gustos van cambiando. Me encantaban las series de El Pequeño Nicolás y El Pequeño Vampiro. Recuerdo que me gustó mucho la primera de Fray Pericoy no tanto las siguientes. Hay un libro del que sólo recuerdo el título y que me había entretenido muchísimo:El bandolero Hupsika.
Y el colegio me descubrió un libro entrañable en gallego: Memorias dun neno labrego. Su comienzo se me grabó para siempre: “Eu son Balbino. Un rapaz da aldea. Coma quen dis, un ninguén”. Yo creo ese comienzo es el “Call me Ishmael” de los gallegos.
¿Recuerda algún libro ilustrado con especial cariño?
Todavía tengo en casa una edición infantil de Moby Dick ilustrada por Chiqui de la Fuente. Años después de haber abierto por primera vez esa historieta Moby Dick se convirtió en mi libro favorito y en una especie de obsesión.
Por supuesto disfrutaba como un loco con Mortadelo y Filemón. Tanto que me volví un talibán. No quería leer otro tebeo. Odiaba a Zipi y Zape, Rompetechos me parecía absurdo, el Botones Sacarino me aburría. Y lo que más odiaba eran aquellos sucedáneos de Mortadelo que no eran obra de Ibáñez y que Bruguera (ya Ediciones B en mi caso) te colocaba como relleno entre maravillas como El sulfato atómico y Chapeau el esmirriau.
De mi talibanismo comiquero sólo me curó el descubrimiento, ya adolescente, de Tintín.
¿Quién le recomendaba libros cuando era pequeño?
Mi padre, sin duda. Nadie ha hecho más por convertirme en un lector. Su método es la insistencia. Cuando considera que un libro merece la pena se pone tan pesado que no tengo otro remedio que leerlo. Y casi siempre acierta. Tiene un gusto curioso pero muy fino. Es el tío más heterodoxo que conozco. Mucho más que yo, desde luego.
Él me recomendó Las siete columnas de Wenceslao Fernández Flórez, El vizconde demediado de Calvino, Un mundo feliz, 1984, Crónicas marcianas… Creo que los libros que más he disfrutado son los que me ha recomendado mi padre.
¿Leía a escondidas?
Me leí todo Crimen y Castigo mientras el padre Merayo dictaba apuntes de Filosofía. Utilicé otras asignaturas para leer lo que nos recomendaba la profesora de Literatura, a la que llamábamos ‘La Zamorano’ por su parecido, quizás sólo en nuestra malvada imaginación, con aquel delantero chileno del Real Madrid. Una gran persona y una excelente profesora. Fíjate hasta qué punto: en su clase nos portábamos fatal y un día, ya harta, nos quiso imponer un castigo. Nos dijo que durante ese curso ya no leeríamos a Shakespeare (creo que Romeo y Julieta) como las otras clases, que con ella no se juega y que nos íbamos a enterar. Esa ingenuidad tan maravillosa sólo puede venir de una buena persona y de una buena lectora.
En mi casa no era necesario esconderse para leer pero pasé algunas noches en vela y seguro que mis padres no lo habrían aprobado si lo hubieran sabido. Me ocurrió con 1984 de Orwell y con La máquina del tiempo de HG Wells. Tendría unos 14 o 15 años. No me he vuelto a enganchar así a la lectura.
¿Se compraba sus libros, iba a la biblioteca, tenía libros en casa…?
Yo crecí rodeado de libros. Mis padres son grandes lectores y también mis abuelos lo fueron. Era muy raro que recomendaran algún libro en la escuela y no lo encontrara por ahí.
Con los años me hice comprador compulsivo de libros y ya he llegado a ese estado de adicto resignado que sabe que compra libros que jamás leerá.
¿Tiene alguna anécdota de cuando era pequeño relacionada con los libros?
Recuerdo que con 12 años empecé a escribir una novela picaresca claramente inspirada en el Lazarillo. Menos mal que se ha perdido porque yo la recuerdo buenísima y sería terrible que se confirmara mi creciente sospecha de que en realidad era horrenda.
¿Qué tres libros para niños recomendaría?
Hay dos que recomendaría seguro. Pero no sé si son exactamente libros para niños porque tenemos una visión algo distorsionada de ellos. El primero es Alicia en el País de las Maravillas. Es una genialidad. No me atrevería a releer ninguno de los libros que me marcaron de niño, excepto éste y mi segunda recomendación: Peter Pan. Es una historia divertida sobre el valor y la amistad, que es al fin y al cabo de lo que tienen que hablar los libros para niños. Tiene uno de los finales más tristes, más aterradoramente melancólicos, de cuantos haya leído. Pero no todo lo que leen los niños ha de ser feliz. No debe.
Algunas ediciones nuevas de libros antiguos retocan los textos para que resulten políticamente correctos. Es el caso de Los cinco, de Enid Blyton. ¿Qué le parece?
No me gusta. Creo que esas lecturas deben acompañarse de notas y probablemente de la guía de un adulto pero no deben ser adulteradas. Uno de los valores de la literatura es el testimonio que ofrecen de un tiempo y de un lugar. Los niños también deben aprender que el mundo ha evolucionado, casi siempre para mejor.
Lo que quizás habría que revisar es el catálogo de libros de lectura obligatoria en las escuelas. Pero no porque La Celestina, pongamos por caso, sea políticamente incorrecta sino porque a determinadas edades puede resultar disuasoria.
¿Cree que está bien planteado el tema de la lectura en el colegio?
Creo que desviamos responsabilidades cuando achacamos al sistema educativo la falta de lectura de los jóvenes. El fomento de la lectura comienza en casa. Los libros ejercen sobre los niños una especie de condicionamiento pasivo. Basta con haya libros en casa y con que vean a sus padres manejarlos o hablar de ellos para que los niños los respeten. No sabría explicarlo mejor.
No sé cómo está planteado el fomento de la lectura en los colegios. Pero intuyo que para despertar la pasión por la lectura en los alumnos sobre todo hacen falta profesores apasionados por ella. El magisterio de un buen lector es el verdadero generador de lectores.
¿Cómo enfoca el tema de la lectura con sus hijos?
No tengo hijos pero sí sobrinos y una ahijada a los que regaló muchos libros. Todos han salido grandes lectores. Seguro que no es por mi culpa pero me gusta pensar que algo he contribuido a ello.
Sobre Rafa Latorre
Rafael Latorre es de Pontevedra y sus opiniones son ambiguas. En una exhibición impúdica de galeguidade no se ha decantado por ningún medio y trabaja en la prensa, la radio y la televisión. Como aquí ha venido a hablar de libros, cree conveniente revelar un secreto: le habría gustado formar parte de la tripulación del Pequod, aun conociendo su fatal destino, pero se conforma con lo presente.