Berta González de Vega (periodista)
¿Cuál era su libro favorito de niña? Lo que te voy a decir es un poco triste, pero me acuerdo de los que no me gustaban para nada. Por ejemplo, los de Celia que mi madre quiso que me leyera porque le recordaban a su infancia. O una serie de ocho volúmenes de El Quijote en cómic, pero superpuesto a fotos. Me aburría mucho. Me bebía Los Hollister. Anteriores, no me acuerdo.
¿Recuerda algún libro ilustrado con especial cariño?
No. Qué mala memoria. Sí tengo uno de Andersen muy antiguo que no sé cómo llegó, pero lo admiraba más como objeto que para leerlo. Tenía una serie de clásicos que tenían una página de texto y la de al lado de cómic que sí me gustaban. Y los de Famosas Novelas, claro, que ahora disfruta mi hijo mayor, hasta el punto de que hemos comprado más.
¿Quién le recomendaba libros cuando era pequeña?
¿Tendré Alzheimer? No me acuerdo. Creo que, en realidad, empecé a leer más cuando acompañaba a mi padre a la librería internacional de Torremolinos y entonces ya los elegía yo. Sí me acuerdo de cuando iba a Madrid, en casa de mis primas, poder leer los volúmenes de Esther.
¿Leía a escondidas?
En el cuarto de baño. Mi madre no se creía lo que podía aguantar, jaja. Con la colección de Agatha Christie de los lomos verdes. Me metía para ducharme y me pasaba una hora. Y hasta tarde por la noche.
¿Se compraba sus libros, iba a la biblioteca, tenía libros en casa…?
En casa tuvimos la suerte de que mi padre siempre nos dijera que no teníamos límite para libros. De hecho, recuerdo que en la Librería Internacional teníamos una cuenta e íbamos apuntando y un par de veces al año mi madre llegaba y pagaba cifras que me parecían abultadas. En casa había muchos y en la biblioteca de mi abuelo, en Granada, también.
¿Tiene alguna anécdota de cuando era pequeña relacionada con los libros?
Ahora que tengo un hijo preadolescente, me ha hecho recordar la obsesión que me entró con El Señor de los Anillos. Lo leímos tres amigos a la vez y hacíamos tertulias en el patio del colegio. Uno de ellos, Carlos Sisí, es ahora un autor de ciencia ficción de éxito. Sin embargo, a mí se me pasó aquello.
¿Qué tres libros para niños recomendaría?
Me encanta la serie de Mr Men. He leído muchos con mis hijos. Me encanta un libro que se llama The Worst Princess, que me regaló una amiga. Lo leo a menudo con mi hija. Y también nos gustan los de Oliver Jeffers.
Algunas ediciones nuevas de libros antiguos retocan los textos para que resulten políticamente correctos. Es el caso de Los cinco, de Enid Blyton. ¿Qué le parece?
Una estupidez.
¿Cree que está bien planteado el tema de la lectura en el colegio?
En el de mis hijos, británico, creo que sí. Aprenden a leer con una serie de libros siempre protagonizados por una familia y sus aventuras. En el colegio, además, tienen una biblioteca y también librerías en cada clase con cuentos. Este año, además, a cada clase le han puesto el nombre de un autor infantil. Los que acaban antes de hacer las tareas en clase, pueden ir a las librerías y elegir libros. Hay series inglesas fantásticas, como Horrible Histories, que son un chute de historia contada de forma divertida.
¿Cómo enfoca el tema de la lectura con sus hijos?
Jaja. Tengo a uno que hay que arrancarle los libros de la mano y que su plan favorito es "quedarse en casa y leer". Curiosamente, el mediano, no lee cuando cree que nosotros esperamos de él que lo haga, pero cuando no estamos sus padres, sí que lo hace, aunque se niega a leer lo que le ha fascinando a su hermano mayor. En el cole dicen que lee mucho. Y la pequeña lleva el camino de su hermano mayor.
Berta sobre Berta:
Nazco en Madrid, donde recuerdo que, en uno de los pocos cumpleaños que me han celebrado, una tía me regala un diccionario de Anaya que estuvo muchos años por casa. A los ocho años, nos mudamos a Málaga, donde mi padre nos dijo que había niños que hacían vela y nosotros nos quedamos igual. Sólo fuimos marinos de vista. A los once, dejamos un ambiente de piso con jardín y niños --madres gritando desde las terrazas para subir a cenar-- por una casa con mucho jardín, en una urbanización de costa donde no se conoce a los vecinos. Creo que eso me hizo una lectora voraz. No pudimos ser niños de la calle. Mis hermanos jugaban mucho al baloncesto en el jardín y leían menos. Ellos ensayaban entradas y bandejas y yo leía. A los 18 me marcho a Madrid a estudiar Periodismo y paso cinco años en el colegio mayor Poveda, que me marca mucho más que la Complutense, claro. Conservo muchas amigas de entonces y todas bastante lectoras. Teníamos una buena biblioteca y algunas nos pasábamos horas leyendo la prensa. Luego, en el Master de Relaciones Internacionales de la Ortega y Gasset, leo mucho sobre Oriente Medio. Me fascinaba. Me sigue pasando, pero mi capacidad es limitada y, con tres niños, dos trabajos y la necesidad de estar al tanto de la actualidad andaluza, es imposible que sepa ya nada de política internacional. Me fui a Sevilla con 24 años. Fueron años de un piso en San Bernardo donde llegaba el New Yorker con su plastiquito. Nos suscribimos pensando que era mensual. Recuperábamos lectura atrasada a veces en Sanlúcar, en fines de semana, en la Posada de Palacio. Leer oliendo a bodegas de manzanilla es una de esas sensaciones nostálgicas. En 2002 nos fuimos a Boston un año. Allí me hago más del Atlantic. Volvemos a Málaga, con tripa de ocho meses del primer hijo de tres. Volvieron los cuentos. Recuperamos los Mortadelos y los Asterix, los Tintines, los Lucky Luke. Y seguimos. Leyendo nosotros menos. Ellos, más.
*El cuadro que ilustra la cabecera del cuestionario es un retrato de Berta leyendo en la playa que le hizo su cuñado Vicente el verano pasado.