Nido de Ratones

View Original

Fernando Taboada (columnista)

¿Cuál era su libro favorito de niño?

El libro del que no me cansaba nunca era Para leer mientras sube el ascensor, de Jardiel Poncela, en una edición de la colección Crisol. Considerando que yo vivía en un décimo piso y que, por tanto, pasaba largas temporadas subiendo y bajando en ascensor, se entiende que estemos ante una de las obras que marcaron mi vida.

¿Recuerda algún libro ilustrado con especial cariño?

Me acuerdo de un Quijote en 6 tomos con formato de tebeo, con los personajes dibujados sobre unas fotografías estupendas, que todavía hace que determinadas escenas de la novela me las siga imaginando tal como venían en esas viñetas.

También recuerdo La princesa ligera con unas ilustraciones muy chulas de Maurice Sendak. Aunque hablar de historias ilustradas sin citar al Capitán Trueno, a Tintín o las aventuras del Hombre Enmascarado sería imperdonable.

¿Quién le recomendaba libros cuando era pequeño?

No tenía a nadie en particular que me los recomendara. Más bien me movía por la envidia que me producía ver a alguien disfrutando con la lectura. Así, si mi hermano Gonzalo, por ejemplo, estaba pasándoselo pipa, ya fuese con Mortadelo o con Edgar Allan Poe, a mí me picaba la curiosidad y esperaba a que dejara la lectura que tuviera entre manos para abalanzarme sobre ella.

¿Leía a escondidas?

Mi infancia tuvo que ver poco con el argumento de Farenheit 451. Por tanto, tampoco es que hiciera falta esconderme para leer. Ya en la adolescencia sí que tuve que tomar algunas precauciones, pero porque cambié a Julio Verne por otros escritores franceses como el marqués de Sade o Apollinaire.

¿Se compraba sus libros, iba a la biblioteca, tenía libros en casa…?

Compraba libros todos los domingos en el rastrillo de Cádiz: me encantaban aquellas ediciones viejas de libros llenos de moralina y con ilustraciones de los años treinta o cuarenta en las que los niños malvados siempre salían despeinados y con churretes.

Aparte, en casa había muchos libros y, como yo no tenía ningún criterio, en principio me daba igual sentarme a leer El principito que coger El conde Lucanor. De lo mucho o poco que me entretuvieran dependía que siguiese leyendo o que volviesen a la estantería inmediatamente.

¿Tiene alguna anécdota de cuando era pequeño relacionada con los libros?

Las anécdotas venían siempre después de leerlos, cuando yo por puro contagio salía a la calle creyendo que iba a desenterrar algún tesoro de camino al colegio, o descubría que para hacer un safari por África no había que ir más allá del descampado de La Plata.

¿Qué tres libros para niños recomendaría?

Un atlas, un diccionario ilustrado y un libro sobre inventos.

Algunas ediciones nuevas de libros antiguos retocan los textos para que resulten políticamente correctos. Es el caso de Los cinco, de Enid Blyton. ¿Qué le parece?

Me parece genial, así ganará la versión original cuando se la compare con la nueva. Ya puestos, pueden aplicar esa poda puritana a La Odisea, la Biblia y, naturalmente, a Las mil y una noches.

¿Cree que está bien planteado el tema de la lectura en el colegio?

Si lo que pretenden es que los chavales salgan corriendo cuando vean un libro, las estrategias son inmejorables.

¿Cómo enfoca el tema de la lectura con sus hijos?

Creo que el padre de Alfonso Guerra dio con la tecla de lo que hay que hacer para inocular el veneno de la lectura. Le dijo un día muy serio a su hijo que de todos los libros que había en la biblioteca de casa podía coger el que más le gustara. Pero le señaló uno que estaba terminantemente prohibido abrir y que si se le ocurría hacerlo, se iba a enterar. Era El Quijote. Ni que decir tiene que al pequeño Alfonsito le faltó tiempo para cogerlo a hurtadillas y engancharse con su lectura. Al fin y al cabo no hay libro que valga la pena que no sea de caballerías.

Fernando Taboada es profesor de Filosofía y escribe la columna Habladurías los domingos en el Diario de Jerez.